miércoles, octubre 06, 2004

Oda marcial
por F. Pessoa (uno de sus heterónimos, pero Nefi no recuerda cual)(una disculpa a Pessoa por la fe de erratas. gracias)

Innúmero río sin agua, sólo gente y cosas
¡pavorosamente sin agua!
Suenan tambores lejanos en mi oído
Y no sé si veo el río o si oigo los tambores,
¡cómo si no pudiera oír y ver al mismo tiempo!
¡Helahoho! ¡Helahoho!
La máquina de coser de la pobre viuda,
a machetazos muerta...
Cosía por la tarde, indeterminadamente.
La mesa donde jugaban los viejos.
Todo mezclado,
todo mezclado con cuerpos, con sangres,
todo un río, una sola ola, un sólo arrastrado horror.
¡Helahoho! ¡Helahoho!
Desenterré el tren de hojalata del niño,
pisoteado en medio del camino,
y lloré como todas las madres del mundo
sobre el horror de la vida.
Mis pies panteístas tropezaron
en la máquina de la viuda a machetazos muerta,
y aquel pobre instrumento de paz
hundió una lanza en su corazón.
Sí, yo era el culpable de todo,
el soldado —todos-los-soldados—
Que había matado, violado, quemado y destrozado.
Era yo, y mi vergüenza y mi remordimiento,
con su sombra disforme,
recorren todo el mundo, como Asuero;
pero detrás de mis pasos
suenan pasos con la dimensión del Infinito.
Y un repentino pavor físico
de encontrar a Dios me hace cerrar los ojos.
Cristo absurdo de la expiación
de todos los crímenes y todas las violencias,
Llevo yerta la cruz dentro de mí,
y me abrasa y desgarra,
y todo me duele en el alma,
extensa como un Universo.
Arrebaté el pobre juguete
de las manos del niño, y le azoté.
Sus ojos asustados de hijo mío
que tal vez tendré y al que matarán también,
me pidieron, sin saber cómo,
toda la piedad por todos.
En el cuarto de la vieja
descolgué el retrato del hijo y lo rompí.
La vieja, aterrada, lloró y no hizo nada...
De pronto sentí que era mi madre,
y el soplo de Dios me recorrió la espina dorsal.
Destrocé la máquina de coser de la viuda pobre.
La viuda lloraba en un rincón sin pensar en la máquina.
¿Habrá otro mundo
en el que yo haya de tener una hija que enviude
y sufra todo eso?
Ordené, ya capitán,
fusilar a los campesinos trémulos.
Y dejé violar a las hijas de todos los padres
atados a árboles.
Ahora veo que todo sucedió en mi corazón,
Y todo abrasa y sofoca,
y no me puedo mover sin que todo sea lo mismo.
¡Dios tenga piedad de mí, que no la he tenido de nadie!